miércoles, diciembre 13, 2006

...y hemos dado un paso adelante*



Llevo tiempo rumiando este post. Es difícil explicar algo que no entiendes y yo no entiendo la división que produce Pinochet en la sociedad chilena.

Yo no lo entiendo, en serio. Veo una y otra postura, veo las dudas de los que intentan pensar decir hacer lo correcto, veo el caos conceptual que deja la estela de un dictador de libro por el simple hecho de haber perdido las únicas elecciones a las que se presentó, veo el batiburrillo histórico, social, político, militar, cultural e ideológico que compone este país, veo una constitución en vigor firmada por un golpista, veo la rabia que causa en los pinochetistas que se los observe, se los analice y se los juzgue desde fuera, veo titulares de uno y otro bando que me sacan los colores, veo jóvenes que reivindican la figura del tirano porque, "aunque cometió errores, yo me quedo con lo bueno"... veo todo esto y mucho más. Y alucino.

Y recuerdo la primera vez que salió el tema con La-Fran.

Hablábamos día y noche, hablábamos de todo, y sin embargo no fuimos capaces de enfrentar las diferencias insalvables que Pinochet planteaba entre nosotras. Ella, siempre tan correcta, se ahorró el "tú no tienes ni idea de lo que hablas, no lo has vivido" y yo, todo un hito si tenemos en cuenta mi historial, no forcé el argumento moral. Simplemente, lo dejamos pasar. Sin embargo, un día, La-Fran vino conmigo a la sede de Amnistía para ayudarme a ordenar los archivos y allí, entre libros, cintas e informes, encontró unas fotos amarillas que la hicieron sentarse con los ojos llenos de lágrimas. Era el informe gráfico de las torturas cometidas por el régimen militar en su país.

Pero cuando los que presentaban sus respetos al dictador atacaron a la prensa internacional, a La-Fran se le habían olvidado las fotos amarillas que vió una vez en Barcelona y se le escapó "bueno, el agresor era un grosero, pero también es cierto que lo de llamarle el dictador y el tirano no es ni objetivo ni profesional".

Y yo la adoro, la quiero como a una hermana, pero en serio que no la entiendo.

* Una de las (múltiples) frases célebres que se le atribuyen a Pinochet.

martes, diciembre 12, 2006

Estábamos al borde del abismo...


El Caterina, en Astronomia.com

Supongo que la crónica de la muerte de un dictador ha de hablar de todas las muertes menos de la del propio dictador. Desde luego, la crónica de la muerte de Pinochet habla de todo menos del propio Pinochet.

Un anciano enferma mientras yo subo colinas para bajar montañas y muere mientras veo una peli mala en la habitación de un buen hostal, a la espera de que la polola de mi compañera de piso venga a recogernos. De camino al aeropuerto, descubrimos que a ella, a la polola, no le gusta la política, pero que siente que haya muerto El Tata y que, si hubiera muerto fuera de Chile "por culpa de España", "yo misma iría a su embajada a tirarles piedras". Silencio.

Facturamos ante medio centenar de soldados, por cuya presencia estará vedado el alcohol en el avión. Vuelven a casa después de la mili y no parece que tengan mucho interés en el anciano que acaba de morir. Ni para bien, ni para mal. Cuando el piloto anuncia el aterrizaje, aplauden. Cuando advierte que fuera la temperatura es de unos 20 grados, silvan y gritan. Llevan meses guardando silencio en el fin del mundo.

El ambiente está bastante más cargado en Santiago que en Punta Arenas. Han cortado algunas calles y en la radio se habla de disturbios aderezados con coches quemados y disparos de bala. El taxista con el que habíamos quedado por teléfono no aparece, así que decidimos tomar un colectivo. Al conductor, en principio, no le hace ninguna gracia llevarnos al centro, pero al final accede. A él tampoco le interesa la política, ni ir a presentarle sus respetos al anciano, ni ir a celebrar su muerte con champán, sólo le interesa que nadie queme su coche. Toma una ruta alternativa que bordea la noticia y llegamos a nuestra calle. Delante de nuestro edificio, un adolescente riega los jardines con los auriculares puestos.

Cuando llegamos a casa es medianoche. R. y yo decidimos ir a echar un vistazo a Plaza Italia, ponemos la tele chilena a todo volumen y nos metemos en la ducha. Hace diez días que no nos duchamos en nuestras duchas, que no dormimos en nuestras camas, que no nos quitamos las botas de montaña, que no interneteamos... y en la tele no hay ni sombra de manifestaciones, sólo hay documentales de nevera, de esos que llevan años esperando ser exhibidos... Me sorprende ese desprecio por la actualidad, pero supongo que la Historia no se escribe en una noche, que debe llevar mucho tiempo planeada. Al final decidimos apagar la tele e irnos a la cama. Fuera, sirenas y helicópteros.

Antes de ir a trabajar, al día siguiente, llamo a mis padres. Hace mucho tiempo que no hablaba con ellos y están preocupados por las imágenes que emiten las teles españolas. "No espereis al último momento", me dice mi padre, "si veis que correis peligro, salid de ahí enseguida". ¿Peligro? Nos compramos los periódicos del día en el primer quiosco que encontramos, pensándonos afortunadas por haber llegado antes que el resto... De vuelta a casa, diez horas más tarde, observo sorprendida que aún quedan. Entre medias, en la oficina, hablamos unos minutos de "la noticia del día". Escuchamos la historia del chofer, carpintero antes del golpe, "fueron unos años duros... muy duros". Silencio. Leemos todos los periódicos que se habían acumulado en nuestra ausencia e intentamos mantenernos up to date en el tema estrella. Prensa, radios, teles, blogs. Chilenos, estadounidenses, españoles. Correos, messenger, teléfono. Más silencio.

R. va a Plaza Italia a media tarde y vuelve intrigada. Nada, alguna pintada nueva y poco más. Unos minutos más tarde, la tele emite terribles disturbios. En menos de una hora, se montó El Carnaval y R. se lo había perdido. Estaba tan desesperada por palpar la Historia, que incluso me planteó ir al Hospital Militar, al velatorio del anciano. Ni loca, dije yo, ni loca permito que me cuenten en esa cola... Ni loca. Pero en los medios no hay convocatorias de izquierda, sólo hay notas breves sobre guanacos frenando los disturbios posteriores y planos aéreos de la multitud que presenta tranquilamente sus respetos al anciano fallecido. Así que estoy aquí, en el centro del huracán, y no me entero de nada. Supongo que eso es precisamente lo que hay en el centro de un huracán, silencio.

lunes, diciembre 11, 2006

El día que murió Pinochet...



...yo me comía las uñas (por primera vez en muchos años) sentada en un avión. A medianoche, de vuelta en Santiago, me como las uñas que me quedan con el ruído de los helicópteros y las sirenas de la policía de fondo, mientras me pongo al día de todo lo que me he perdido gracias a Fernando Meza.
En la tele chilena, documentales históricos.
Me muero por saber lo que está pasando en la calle.
Estoy de vuelta.
Mañana más.

Ya es mañana
Para quien quiera profundizar:
Las fotos que yo no pude tomar.
Excelente resumen de Atina.
También en blogs españoles, como Guerra Eterna o Escolar.
(Los medios nacionales, en el menú de la derecha)