lunes, agosto 20, 2007

Perú antes de todo lo demás



Antes de todo lo demás, Perú me había parecido un país apasionantemente complicado, como la mayor parte de Latinoamérica. Sablazos turísticos inesquivables (sobre todo en la medida en que te acerques a Machupicchu), hoteles de precio negociable (en realidad, en el 99% de las situaciones el precio es negociable, el juego continuo de la oferta y la demanda), restaurantes exquisitos creativos cool cholopolitas y baratísimos, artesanía de todos los tipos colores precios, muchas más mujeres y niños que hombres en la calle, ancianas ofreciendo su belleza o su pobreza a la cámara del turista por 25 céntimos de euro, mujeres tejiendo mantas con las que cubriría mi vida de arriba a abajo y, sobre todo, niños. Antes de todo lo demás, Perú estaba lleno de niños de cara sucia y ropa llamativa, niños jugando a la rayuela por la tarde, niños vendiendo golosinas a los guiris borrachos de madrugada, niños ofreciendo a la cámara del turista, por 25 céntimos de euro, sus caricias a los perritos gatitos llamitas que los acompañan. Cuando lo veía, me parecía un país precioso, lleno de gente preciosa y sonriente, mucho más sonriente y preciosa que la gente trajeada que me cruzo cada mañana en la city santiaguina. Claro que, cuando las veía, antes de todo lo demás, también me encantaban sus casas, esas casas de adobe y teja, coronadas por dos bueyes de barro, símbolo de la buena suerte.