En mi vida cequera hay un punto de inflexión, cuando Riquina me dejó su cámara, Merhaba me propuso ir a comer al Reina Sofía y yo me quité de un plumazo el mono de hacer fotos y el mono de hablar por hablar, sobre todo y sobre todos, durante horas, sin prisa y sin dirección. Después de aquella primera tarde, como por arte de magia, Madrid me regaló un montón de fotos y aún más horas de charla.
Ayer estaba limpiando nuestra siempre pulcra casita (porque, si mónica es la que hace monicadas, no os imaginais lo que son dos mónicas viviendo juntas), cuando recibí una llamada al selular. Fran? Los españoles? Publicidad telefónica? (haberla, hayla) Pues no, una chica a la que había conocido en un taller de Amnistía, que estaba en el barrio y se preguntaba si me apetecía tomar un café con ella y otra amiga. Tres horas más tarde, habíamos diseccionado la política internacional, la cultura chilena, los estereotipos que reconocíamos (una argentina, una californiana, un gallega) en las otras, el cine la música la tele y la historia de nuestros países de origen, nuestros pasados presentes y futuros, nuestros gustos y disgustos...
Y, sí, también hablamos de chicos.
Y me quedé la mar de a gusto, oye.
El puesto está cubierto.
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